Richelieu 2020, el proyecto de renovación de la histórica BnF, la Biblioteca Nacional de Francia, en su sede de la calle Richelieu, es según Laurence Engel, su directora, la obra más importante de los últimos seis años en cultura, y con un presupuesto de 242 millones de euros, será inaugurada hoy por el presidente François Hollande. Y el público la descubrirá el próximo fin de semana. Gratuitamente. Porque además de los abonos de lector –módicos 15 euros anuales a partir de marzo-, habrá taquillas para visitar sus flamantes museos. En efecto, en el antiguo reducto de investigadores cohabitarán biblioteca, centro de estudios, museos y recorrido patrimonial.París culmina la mayor biblioteca mundial de arte y patrimonio

Punto clave 

Y por su situación, en la calle Richelieu de París, en un recorrido que va del Louvre a la Opera Garnier, pasa por Artes Decorativas, los jardines del Palais Royal, la Comédie Française, punto clave del turismo de la capital, el deseo de apertura es también una necesidad, apoyada en sus múltiples tesoros, algunos sin parangón en el mundo.

Jorge Luis Borges, el hombre que decía preferir su obra de lector a la de escritor, imaginó el paraíso como una biblioteca.

Semejante tal vez a Richelieu 2020. Desde 1996, las cuatro torres del arquitecto Dominique Perrault al este de París, alojan parte de los fondos en la Biblioteca François Mitterrand. Veinte años después, que diría Dumas, uno de los puntales de la casa, el nuevo conjunto añade museografía.

Imponente, la sala Labrouste –por el arquitecto que construyó el edificio en 1859– con sus 1.150 metros cuadrados, nueve cúpulas, 16 columnas de diez metros y 400 plazas, acoge ahora “la más importante biblioteca mundial de arte, arqueología y patrimonio, con un millón setecientos mil documentos –150.000 en acceso libre–, en veinte kilómetros de estantes.

El proyecto global reunirá en 58.000 metros cuadrados (35.000 corresponden a la biblioteca) más de veinte millones de piezas. Por ejemplo, 10.000 libros medievales iluminados. Y piezas tan exclusivas como el papiro Prisse, fechado el 2.350 a.C. Pero hay joyas en todos los departamentos: artes del espectáculo, manuscritos (una pasión muy francesa, hoy con eco millonario en subastas), estampas, fotografías, medallas y monedas.

Como novedad se incorporan las revistas, libros y documentos del Inha (Instituto Nacional de Historia del Arte), cuyo director, Éric de Chassey, reivindica “el trabajo sin límites de horario” de trescientos restauradores implicados desde 1998 en la obra, la más completa biblioteca mundial en sus temas.

Y como flamante atracción, los 150.000 volúmenes de la Escuela Nacional de Chartes. Hija de la Revolución, nació en 1821 en la Sorbona para formar historiadores capaces de ordenar archivos y manuscritos confiscados a la nobleza y las bibliotecas reales nacionalizadas, como la creada por Luis XIV, en 1721, en ese mismo espacio. La escuela destaca en fuentes de la historia, codificación y decodificación, bibliografía e historia del libro, paleografía, archivística, filología latina y romana, historia del derecho y de las instituciones, arqueología medieval, historia de la arquitectura e historia del arte.

Además de botines extranjeros, como es usual, las riquezas de la BnF provienen de la invención de la cultura popular, a partir de 1789, cuando entre otros símbolos, el Louvre, antiguo palacio real, deviene museo.

Más simbólico aún: el cuadrilátero situado entre dos calles, Richelieu y Vivienne, “se abre a la ciudad” según el discurso de los arquitectos Virginie Brégal y Bruno Gaudin, “para que, de aquí al 2020, el público transite por un pasaje que unirá las dos calles”. Un recorrido que “Richelieu 2020 habrá sembrado de monumentos, un jardín, una plaza con su café y su librería y una programación cultural”, de acuerdo con Laurence Engel.

La iluminación natural, espléndida, de la sala Labrouste, permite recordar que cuando el arquitecto la imaginó la electricidad no existía. Detalle para soliviantar feministas: un bajo relieve alusivo a Madame de Sévigné es el único entre los muchos dedicados a insignes letraheridos que rinde homenaje a una mujer. Si el interiorismo de origen oscila entre Segundo Imperio y orientalismo, los grandes vitrales, que en la época dejaban ver los árboles, pretendían “aliar el saber con la naturaleza”, ambición que vuelve a ser actual. Aunque ahora para respirar la calle, entorno natural del siglo XXI de más del 90 por ciento de los occidentales.

En la Rotonda de las artes del espectáculo, abierta por primera vez al público, hay ediciones originales de Molière, Racine y Corneille; los archivos de Louis Jouvet; el manuscrito de El rey se muere, de Ionesco. Y entre 6.000 vestuarios teatrales, la túnica de Sarah Bernhardt, de 1902, bordada con hilo de oro, monedas y piedras preciosas.

Más curiosidades: el brazalete de oro del siglo III A.C. que habría brillado en el brazo de un guerrero celta. O la vaca de bronce que adornaba dos siglos más tarde un jardín de Pompeya. En fin, la cicatriz del trono plegable –monarquías itinerantes– de 1145, atribuido al rey de la dinastía merovingia Dagoberto, se debe al imperial trasero de Napoléon I, el último en sentarse allí, en 1804, en la primera entrega de la hoy devaluada Legión de Honor.

Información e imagen extraídas de La Vanguardia

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